Frikastur: marzo 2012

viernes, marzo 23, 2012

Mientras
meditaba, unos golpes sacudieron la puerta del conductor. Calado hasta los
huesos, pero sonriendo, sin duda pensando en una rápida victoria con el nuevo
material, el comandante del batallón, por llamarlo de alguna manera, de
milicianos españoles que iban a atacar junto a los blindados, intentró
chapurrear algo parecido a una conversación en francés con Sergey

-Camarade
Sergey, il va attaquer avec les tanks derrière les lignes fascistes-dijo
mientras señalaba el objetivo, una pequeña meseta a unos mil metros- de tir
d'artillerie. Nous allons continuer

Sergey
observó el supuesto objetivo. Unos empinados prados, húmedos y embarrados,
cubiertos de cráteres y coronados por las alambradas y las trincheras
fascistas. Un pequeño camino de herradura ascendía desde el norte. Con carros
con oruga se podría atacar la posición. Su BA 6 contaba con unas cadenas que
podían ponerse en las ruedas traseras para convertirlo en un semioruga, y
quizás con dificultad, pudiese subir. Pero en ningún caso los armatrostes que
le seguían podrían moverse fuera de las carreteras. Además,. Su vehículo, como bien había aprendido en la
escuela de blindados de Kiev, tenía dos funciones. Una era como vehículo de exploración. Era rápido y
relativamente blindado, tenía buena autonomía, un motor potente y un poderoso
cañón con el que enfrentarse, llegado el caso, a cualquier enemigo. Este cañón
le daba la segunda opción táctica, el usarlo como cazacarros, esperando
agazapado para destruir cualquier tanque enemigo. Pero este loco quería que
avanzase de frente hacia las alambradas enemigas, absorbiendo un fuego que su débil
blindaje no podía aguantar, usándolo como carro pesado de ruptura… un suicidio. Todas estas ideas rondaban por
su cabeza, y respondió tras meditar unos segundos

-Les char
ne peuvent pas monter là-haut, pas de route

La respuesta
no pareció gustar al camarada asturiano

-Char ruso
si, chaines, chaines!-Gritaba mientras señalaba las enormes cadenas que se
encontraban sobre los guardabarros. Quería que atacase el solo
Nye,
nye, grito Sergey mientras cerraba la puerta. Afortunadamente, unas
detonaciones marcaron el inicio de la ofensiva. Escucharon pasar los
proyectiles silbando, y segundos después, unas explosiones en las trincheras
fascistas. Dos segundos después, la onda sonora. Consultó el mapa ( turístico)
que llevaba y vio como la loma objetivo, que ni siquiera tenía nombre contaba con una carretera al sur, que llevaba
hacia Grado, que parecía ser una población importante. Confiaba que los otros
blindados, como había intentado explicar a sus
mandos, avanzasen tras el por la carretera y en cuanto tuviesen espacio
se desplegasen… pero en vez de atacar el
objetivo, al que ametrallarían mientras avanzaban, intentarían rodearlo y
aislar la llegada de refuerzos. La infantería se tendría que contentar con su
apoyo lejano. Era la primera vez que entraba en combate y todo lo que había
aprendido en la academia parecía no servir de nada. Ordenó al conductor
arrancar, y al no hacerle caso, probablemente por el ruido del motor, los
cañones, y la lluvia repiqueteando sobre el blindaje, optó por darle una patada en el asiento mientras
gritaba furiosamente “tira, march, go ,go go”.

Xuacu
agarró la enorme palanca de cambios, metió primera con un crujido que parecía
que todos los dientes de la caja de cambios se estaban triturando, aceleró
ferozmente y soltó el embrague. El BA 6 nº 5 que debía de encabezar la
victoriosa ofensiva de noviembre de 1936 en el sector de Bayo, simplemente, se
caló.

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miércoles, marzo 21, 2012

A su
izquierda, bastante más nervioso, Xuacu,
el conductor, un joven sindicalista de la Felguera que ya dos años antes había
estado pegando tiros, cuando los asturianos montaron “su” revolución de
octubre. Miliciano desde los primeros momentos, acudió voluntario cuando
solicitaron conductores para el batallón de carros de asalto. A pesar de que era conductor de autobús, no parecía encontrarse
muy cómodo con el blindado ruso al que trataba con la suavidad propia con la
que un herrero trata a su yunque…

Lo
extraño era que junto al cabo García, el
joven conductor había convertido la trasera del blindado en una suerte de
camioneta de carga. Un enorme cajón de madera cargado de oxidadas herramientas, una lata de aceite y un
bidón de gasolina eran algo normal, pero
estos locos asturianos habían convertido el carro en una despensa. Entre
las herramientas, los cargadores de la deygtarieva, los proyectiles perforantes
y los rompedores, se apilaban todo tipo de comestibles, incluyendo esos panes
que a Serguey tanto habían sorprendido a
su llegada a Gijón por estar rellenos de chorizo( chorizos como los que se
encontraban colgados del soporte para la bolsa de los casquillos disparados, para
desesperación de Sergey), un pellejo lleno de un horrible vino, varias botellas
de esa extraña bebida que llamaban sidra y que los asturianos acostumbraban a
beber tras dejarla caer desde mas arriba
de su cabeza hacia el vaso. A pesar de que Sergey se consideraba un ruso con todas las letras, acostumbrado a beber vodka
con total tranquilidad, tenía la sensación de que la noche que comenzaba a morir
la maldita sidra se la había subido a la cabeza. Un poco sin saber como decir
que no, sus hombres se habían pasado horas bebiendo( y el con ellos) hasta que
a medianoche hubieron de partir y para sorpresa de Sergey, tenía la sensación
de que el visor del cañón mostraba la
mira y las distancias notablemente borrosas…

De
hecho, le había venido muy bien para refrescar la pequeña avería que sufrieron
camino del frente, en que un manguito de gasolina se había soltado. Mientras
Kruvtchenko y Xuacu reparaban la avería, el aprovechó para tomar el aire.
Mientras, García se dedicaba a ordeñar una vaca en un prado cercano, llenando
de leche un pequeño caldero.
Ese
caldero colgaba ahora dentro del Broneavtomobil,
medio vacío, tras haber derramado parte
de su contenido durante el bacheado
trayecto por toda la cámara de combate.
Y junto
a todo ello, un par de viejos fusiles
austriacos que los asturianos había decidido llevar para defensa… y dos enormes
abrigos, unas mantas, un oxidado casco, sendas caretas antigás… y las
preocupantes granadas

Y ahí
estaba el, bajo la lluvia, en un país
raro, con dos tipos aún mas extraños, sentado junto a un joven uzbeko
dirigiendo una columna blindada, la mas rara que había visto nunca.

De los
30 flamantes blindados que portaba el Andree, la mayoría se había quedado en
Bilbao. El que mandaba Serguey, que había recibido el número 5, fue enviado
junto con otros 9 a Asturias. Pero esos alocados mandos no los hacían operar
juntos… sino que los habían dividido y
mezclado con los aparatosos camiones que las milicias blindaban en los talleres
de cada pueblo.

Ojeo
por el visor. Tras su flamante BA 6, se encontraban 3 extraños y enormes monstruos
de acero, pintados con todo tipo de consignas (incluso su blindado había amanecido cubierto de
consignas de UHP y Viva Rusia una mañana) y los nombres del vehículo. Así en
esa embarrada carretera se alineaban en ese lluvioso amanecer de noviembre,
tras su anodino “nº 5” unos extraños monstruos llamados C. Velasco, Genaro Vega y José Fernández Rico

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Sergey sacudió las manos intentando entrar en calor… La mañana comenzaba a despuntar entre la niebla dejando ver las suaves lomas mientras mil y una ideas campaban por su cabeza. Nunca le había gustado esperar, y odiaba la calma que precedía a la tempestad. No era una auténtica tempestad lo que les acompañaba, pues sorprendentemente, la mañana se presentaba sin esa persistente y fina lluvia que calaba hasta los huesos y que esos extraños camaradas asturianos llamaban orbayu, una de tantas palabras que estaba aprendiendo a marchas forzadas desde que llegara en el Andrev hacía unas semanas. Pronto se dio cuenta que el poco y rudimentario español que había aprendido durante el viaje de poco servía en Bilbao, donde los camaradas hablaban un extraño idioma, y de poco más Servía en Asturias donde se encontraba ahora, meditando que hacía ahí esa fría mañana de noviembre. Comenzó a escuchar un leve tintineo cada vez mas intenso. Comenzaba a llover, y no era el fino “orbayu” habitual, sino que era lluvia en condiciones, repiqueteando sobre el blindaje de su blindado. Bajó la cabeza, cerró la escotilla y se dispuso a esperar a que terminara el chaparrón o comenzase el ataque. Había venido a luchar, no a mojarse. Que diablos, tampoco había venido a luchar. Pero estos valientes camaradas necesitaban de la ayuda de los blindados y aún no habían tenido tiempo de instruir a las tripulaciones, y ahora iban a entrar en combate. Cuando hacía poco más de un mes decidió salir de su regimiento de carros en Odesa, no se imaginaba que estaría en esta situación. Tampoco se imaginaba España como un lugar tan sumamente verde, montañoso y cubierto de niebla, y sin embargo, precioso. Observó con detenimiento a sus compañeros dentro del blindado. Junto a el, ocupando la torreta se encontraba el cabo Krutvchenko, compañero de fatigas en Odesa, un joven uzbeko de 22 años que no sabía muy bien que hacía ahí y que se mordía frenéticamente sus uñas, llenas de grasa de motor,( habían tenido que reparar una pequeña avería un par de horas antes) intentando controlar su miedo. Bajo ellos, en el puesto de conducción, se encontraba la representación española del blindado, un intento de rellenar las tripulaciones con combatientes locales. Curiosos estos hombres que vestían gastados monos de faena e iban tocados por una extraña prenda de cabeza, negra, redondeada, terminada en un pequeño rabito y que era habitual en las gentes de la zona, sobre la que, eso sí, llevaban unas flamantes insignias en las que se adivinaba la silueta de un Broneavtomobil. Unos tipos interesantes estos republicanos españoles. En el puesto de la ametralladora se encontraba el cabo García , un hombretón socialista curtido de años de trabajo en la mina( y del que Sergey dudaba fuese realmente cabo) que llevaba un enorme pistolón colgado del cinto. Fumaba tranquilamente , para exasperación de Sergey, que no conseguía hacerse obedecer por ese asturiano que no entendía, o no quería entender, el peligro de fumar en un vehículo lleno de gasolina y proyectiles. Y no le sorprendía, por que había visto en acción a los llamados “dinamiteros” que tranquilamente encendían la mecha de la dinamita acercándolas al omnipresente cigarrillo que siempre llevaban en los labios, para acto seguido lanzarla contra los fascistas. Y para empeorar la situación, la noche anterior, antes de partir, el cabo García se había plantado en el blindado con una caja de madera llena de bombas de mano… sin espoleta. Krutcvchenko intentó hacerle ver que necesitarían las espoletas, pero observaron asombrados como de aquellas granadas emergía una pequeña mecha. Ahora ese loco asturiano fumaba tranquilamente junto a esa caja , recostado en su asiento.

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