Frikastur

miércoles, marzo 21, 2012

A su
izquierda, bastante más nervioso, Xuacu,
el conductor, un joven sindicalista de la Felguera que ya dos años antes había
estado pegando tiros, cuando los asturianos montaron “su” revolución de
octubre. Miliciano desde los primeros momentos, acudió voluntario cuando
solicitaron conductores para el batallón de carros de asalto. A pesar de que era conductor de autobús, no parecía encontrarse
muy cómodo con el blindado ruso al que trataba con la suavidad propia con la
que un herrero trata a su yunque…

Lo
extraño era que junto al cabo García, el
joven conductor había convertido la trasera del blindado en una suerte de
camioneta de carga. Un enorme cajón de madera cargado de oxidadas herramientas, una lata de aceite y un
bidón de gasolina eran algo normal, pero
estos locos asturianos habían convertido el carro en una despensa. Entre
las herramientas, los cargadores de la deygtarieva, los proyectiles perforantes
y los rompedores, se apilaban todo tipo de comestibles, incluyendo esos panes
que a Serguey tanto habían sorprendido a
su llegada a Gijón por estar rellenos de chorizo( chorizos como los que se
encontraban colgados del soporte para la bolsa de los casquillos disparados, para
desesperación de Sergey), un pellejo lleno de un horrible vino, varias botellas
de esa extraña bebida que llamaban sidra y que los asturianos acostumbraban a
beber tras dejarla caer desde mas arriba
de su cabeza hacia el vaso. A pesar de que Sergey se consideraba un ruso con todas las letras, acostumbrado a beber vodka
con total tranquilidad, tenía la sensación de que la noche que comenzaba a morir
la maldita sidra se la había subido a la cabeza. Un poco sin saber como decir
que no, sus hombres se habían pasado horas bebiendo( y el con ellos) hasta que
a medianoche hubieron de partir y para sorpresa de Sergey, tenía la sensación
de que el visor del cañón mostraba la
mira y las distancias notablemente borrosas…

De
hecho, le había venido muy bien para refrescar la pequeña avería que sufrieron
camino del frente, en que un manguito de gasolina se había soltado. Mientras
Kruvtchenko y Xuacu reparaban la avería, el aprovechó para tomar el aire.
Mientras, García se dedicaba a ordeñar una vaca en un prado cercano, llenando
de leche un pequeño caldero.
Ese
caldero colgaba ahora dentro del Broneavtomobil,
medio vacío, tras haber derramado parte
de su contenido durante el bacheado
trayecto por toda la cámara de combate.
Y junto
a todo ello, un par de viejos fusiles
austriacos que los asturianos había decidido llevar para defensa… y dos enormes
abrigos, unas mantas, un oxidado casco, sendas caretas antigás… y las
preocupantes granadas

Y ahí
estaba el, bajo la lluvia, en un país
raro, con dos tipos aún mas extraños, sentado junto a un joven uzbeko
dirigiendo una columna blindada, la mas rara que había visto nunca.

De los
30 flamantes blindados que portaba el Andree, la mayoría se había quedado en
Bilbao. El que mandaba Serguey, que había recibido el número 5, fue enviado
junto con otros 9 a Asturias. Pero esos alocados mandos no los hacían operar
juntos… sino que los habían dividido y
mezclado con los aparatosos camiones que las milicias blindaban en los talleres
de cada pueblo.

Ojeo
por el visor. Tras su flamante BA 6, se encontraban 3 extraños y enormes monstruos
de acero, pintados con todo tipo de consignas (incluso su blindado había amanecido cubierto de
consignas de UHP y Viva Rusia una mañana) y los nombres del vehículo. Así en
esa embarrada carretera se alineaban en ese lluvioso amanecer de noviembre,
tras su anodino “nº 5” unos extraños monstruos llamados C. Velasco, Genaro Vega y José Fernández Rico

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